Verdad y relato

Por Hugo R. Marichales V.

Yo soy un ardiente defensor del relato como poderoso instrumento para generar aprendizaje significativo. Si tuviera que escoger solamente una de las características que me hacen pensar que un buen relato pude ser muy útil para fomentar aprendizaje, señalaría su poder para capturar la atención. Pocas veces me enfoco más en una actividad que cuando leo o escucho un buen relato, y vivencias similares las ha tenido toda persona que conozco. Cuando un formador logra captar la atención de esa manera, pueden pasar cosas excepcionales.

Así que resulta por lo menos curioso observar la modalidad más usada en muchos dominios, para estructurar contenidos a ser aprendidos: Esquemas, listas, diagramas, relación de componentes, datos y hechos… ¡Todo, menos un cuento! Y, sin embargo, muchas investigaciones sugieren que es en “modalidad narrativa” que los humanos damos sentido a la experiencia, registrándola en episodios significativos que adquieren la forma de relatos.

Pero no tendría mucho sentido seguir en este discurso, más bien académico, habiendo dicho lo que dije en el primer párrafo, sin usar un relato después. Veamos si logro mostrar, con un relato, que a veces un relato es el mejor medio para hacer llega un mensaje. Para ello, permítanme contarles mi versión de una historia proveniente de la tradición judía:

Cuentan -y los cuentos que cuentan los que cuentan cuentos cuentan- que en el principio de los tiempos, la Verdad caminaba sobre la Tierra con su vasto conocimiento, su certera belleza, su sobria vestimenta y su exactitud indudable.

Cada vez que la Verdad llegaba a un pueblo, decía en voz alta: “Soy la Verdad. Vengan, reúnanse a mi alrededor y escúchenme, que tengo mucho que enseñarles”.

La gente, no obstante, parecía recelar de ella y nadie acudía a su llamado. Los padres tomaban a sus niños, les tapaban ojos y oídos y los alejaban de su presencia. Algunas mujeres más jóvenes, curiosas, la observaban de lejos un momento, pero luego miraban a otra parte. Algunos hombres se armaban de coraje para tratar de acercársele, pero después desistían de la idea. Las personas mayores la veían y suspiraban con resignación o refunfuñaban con antipatía. Todos terminaban dirigiéndose a otro lado.

Y la Verdad iba de pueblo en pueblo, mas por donde quiera que pasaba, siempre ocurría lo mismo. Nadie escuchaba a la Verdad.

Pero la Verdad era tenaz y obstinada, así que resolvió visitar todos los pueblos de nuevo y para asegurarse de que le prestaran atención esta vez, decidió desvestirse completamente. Y sin su comedido ropaje, la belleza de la Verdad era aún superior; su cuerpo era fuerte, preciso y bien constituido, su piel era clara y distintiva, su mirada era irrefutable. Entonces caminó totalmente desnuda, pensando que su hermosura y perfección evidentes serían suficientes para que todos se acercaran y aceptaran a la Verdad con los brazos abiertos.

¡Ay! Esta vez el resultado fue peor. Ahora las personas la miraban con espanto o con desdén y le huían sin vacilaciones, le cerraban puertas y ventanas, la insultaban y le gritaban que se fuera de allí.

Abatida, perpleja y desorientada, la Verdad se sentó en las afueras de un pueblo. Al rato, escuchó un alegre bullicio y decidió acercarse discretamente a averiguar qué sucedía. Entonces vio a su amiga, Relato, pasear por la calle central llevando un manto multicolor, un refulgente vestido y unas llamativas prendas; y vio a hombres, mujeres, personas mayores y niños, salir alborozados a recibirla. Venían entusiastas y traían alimentos y bebidas para sentarse alrededor de Relato y escuchar lo que esta tenía que decir.

La Verdad, totalmente sorprendida, esperó que todo terminara y luego fue a casa de su amiga. Relato abrió la puerta y encontró afuera a la Verdad; desnuda y bella, pero desconsolada y cabizbaja. La hizo pasar y la Verdad le contó con tristeza su experiencia.

– Y es lo mismo en cada lugar que voy –continuó la Verdad–, la gente no me pone atención. No lo comprendo. ¡Tengo tanto que decirles y compartir! ¿Por qué no quieren escucharme?

– Creo que puedo ayudarte –dijo Relato. Tomó a la Verdad de la mano, le mostró una gran cantidad de coloridos ropajes y magníficos adornos y la invitó a vestirse con ellos.

– Me vería muy tonta así –protestó la Verdad. Pero Relato, sin agregar más nada, comenzó a engalanar a la Verdad. Le puso uno de sus atractivos atuendos, le colocó cintas de colores y flores en el cabello, y la acicaló con vistosos ornamentos y sugestivos accesorios. Finalmente posó en sus hombros un manto estampado, sedoso y resplandeciente y le dijo:

– Anda ahora.

La Verdad dudó, pero hizo caso a su amiga y se fue a caminar por el pueblo. Cuando regresó, traía una inmensa sonrisa en el rostro y estaba ansiosa por contarle a su amiga.

– ¡Fue maravilloso! Por dondequiera que fui, la gente me recibió y me escuchó sentada por horas. Sin embargo, no lo entiendo; no dije nada distinto a lo que ya había dicho antes. ¿Por qué me escucharon esta vez?

– Es fácil –respondió Relato–.  A nadie le gusta encarar a la Verdad y mucho menos ver a la Verdad desnuda. Pero sí la escucharán si está vestida de Relato.

Me pregunto si será necesario agregar algo más.

Hugo R. Marichales V.

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